¿Nucleares? ¡CACA!
Nuckeareか。船尾 !
(A Yoko y a Kenzo Tsuda)
-¡Lo que hay que ver! Lo que hay que ver y lo que hay que oír. Yo me levanto to los días con ánimo de no mosquearme por mucho que caiga y que truene: me afeito despacito pa no cortarme, me ducho teniendo cuidao con el precio del butano, me visto más o menos como Dios manda y el sueldo permite, o sea, que me visto pa estar “cara gente”, que es como se dice en mi tierra. Con estas cosillas me voy despertando poco a poco en vez de hacerlo de sopetón, que resulta una malajá, y, pa ir catando una ideílla de cómo anda el mundo, hago lo que usted ya sabe. Sí, eso es. Me voy al bar de la esquina a tomar mi cafelito con churros “pasando tres pueblos” de médicos y de colesterol porque al final, ya me entiende, ¿voy a ser yo el muerto más sano que entre en el cementerio?
Bueno, vecino, pues resulta que en cuanto cojo el dichoso periódico pa enterarme de cómo jugó mi equipo el partido de Champions Leage que estuve viendo la noche anterior por televisión, ¡ahí va la bomba! ¡En la mismísima primera página pa que se le corte a uno el resuello! ¿No ha leído esos cartelitos que ponen en algunos sitios y que rezan: “Hoy hace un buen día… ¡Verás como viene uno y lo jode!”? Pues, dicho y hecho; al primer trago, ¡zurrapa! Veo la portada del periodiquito y me entran unas ardentías que ya no me pasan los churros ni p’atrás ni p’alante.
- Que sí vecino, que sí. Que llevo más de una semana acongojao con lo que está pasando en este mundo: terremoto en Japón que mata a no sé cuántos miles de criaturitas, maremoto que se lleva to lo que encuentra por delante… en Japón ¿Cómo dice usted? ¿Que se dice tsunami? Está bien. Entonces resulta que lo que hubo en mi pueblo en el año 1.775, como consecuencia del terremoto de Lisboa y que mató a más de 1000 personas (que es decir a casi to quisqui) no fue un maremoto, sino que fue un tsunami. Vale vecino, vale. Que se llame como quiera llamarse, pero lo que a mí me produce la ardentía es la cantidad de cristianos que esos fenómenos se han llevao por delante… ¿Cómo? ¡Hoy viene usted quema sangre! ¡A mí qué me importa que sean cristianos o que sean… del Valdelamusa, C.F.! Yo lo que le digo es que son seres humanos. ¿O no? Menos mal, hombre. Menos mal que estamos a lo que estamos.
-Pues resulta que no tenían bastante los habitantes de Japón con tanta desgracia que ahora va el terremoto y les escacharra una central nuclear que dicen los americanos ricos -y si lo dicen los americanos ricos ¡es que lo dicen los americanos ricos!- que como se termine de escacharrar corren mucho peligro las personas que viven en toda la isla. Me quedo pasmao, vecino… Pero durante el tiempo en que me quedo pasmao y se me enfría el café, pasa por mi cabeza un pensamiento que hace… pues lo que hacen los pensamientos: ¡dar que pensar! Me digo: Un terremoto es un terremoto y un maremoto es un maremoto, pero una central nuclear ¡es una central nuclear! ¿Me explico? ¿No? Pues mire usted, en mi pueblo siempre se ha dicho que “hay mar pa los barcos, pero no barcos pa la mar” ¿Que qué significa eso? Pero hombre, si está más claro que el agua cuando estaba clara. Lo que quiere decir es que, por muy fuerte que haga usted el barco, nunca será tan fuerte como la mar. ¿Lo entiende ahora? Menos mal, porque hay algunos que no se aclaran con eso… Yo creo que lo que les pasa a esos algunos es que son más brutos que el capitán del Titanic.
-A lo que iba. Un terremoto no se sabe o no se puede evitar; tampoco es que se pueda mucho contra un tsunami, como usted dice. La madre naturaleza manda y cuando las madres mandan a los hijos nos suele tocar obedecer… Y obedecer, vecino, significa no ser arrogante y creerse uno superior a la madre y, mucho menos, a la madre de todas las madres como resulta que es la madre naturaleza. ¿A quién se le ocurre poner una central nuclear en un lugar donde se sabe de antemano que el Planeta tiene la mala costumbre de zarandearse? O, mejor dicho: ¿A quién se le ocurre poner una central nuclear en medio de un planeta al que le suele gustar tener: terremotos, maremotos, lluvias torrenciales, nevadas que dejan helao el corazón, vientos huracanados, tormentas con rayos que ponen los pelos de punta, ríos que se desbordan, aviones que se caen, trenes que chocan, guerras, guerritas o guerrillas, miles de accidentes de circulación diarios, coches-discoteca que pasan echando leches y dejándote sordo, incendios forestales, millones de chimeneas ensuciando el aire o mayores y niños que le damos caña a los interruptores eléctricos sin la menor contemplación? ¿No le parece todo eso ser demasiado confiado en el menos común de todos los sentidos y demasiado desconsiderados con los “caprichos” del Planeta? ¡Las cabezas, vecino! Las cabezas, que no están en lo que tienen que estar.
- Ahora, cuando me quedo mirando la bandera de Japón, hasta se me humedecen los ojillos. La miro y pienso: ¿no sería una premonición la del que le puso ese punto rojo en el centro? No, no es una falta de respeto, vecino. Lo pienso porque, como usted sabe muy bien –porque es leído-, los japoneses fueron los primeros en sentir en sus carnes las consecuencias de un par de bombas nucleares sobre sus vidas y ahora, cuando hace algo menos de 66 años (con un seis menos de la que dicen que es la cifra del innombrable) resulta que vuelven a tener, cara a cara, el tremendo riesgo de la misma desgracia… Pero no sólo ellos, sino todos. ¿Que por qué? Pues mire, hace muchos tiempo leí un libro que se llamaba “Por quién doblan las campanas” y, en la primera página de ese libro, el escritor decía más o menos que eso no se pregunta, que todos los hombres somos como un solo hombre y que cuando las campanas doblaban lo están haciendo por mí. Por eso lo digo, porque aquello me llegó al alma. (*)
-¿Más al grano? Pues mire ¿sabe usted cómo funciona una central nuclear? Claro, usted es tan instruido que lo que me extrañaría sería lo contrario. ¡Claro que lo sabe! Yo, en cambio, me voy enterando ahora por los dibujos que salen en mi periódico y, la verdad, no acabo de entender eso de que la energía nuclear, a esos niveles, puede usarse para fines pacíficos. ¿Qué es lo que hay que entender por fines pacíficos? ¿El que no nos liemos a bombazos unos contra otros? El que piensa así es un poquito primitivo, ¿no? Yo creo que una cosa que dicen que es tan peligrosa para la vida, no puede ser nunca pacífica. Entiendo que todas las ideas y todos los inventos de los hombres tienen que ser para mejorar la vida, que todo aquello que pueda ponerla en peligro no puede ser pacífico y que, por lo tanto, hay que dejarlo de lado sin chistar. ¿No le parece?
Otra cosita que me viene dando vueltas y vueltas a la cabeza. Se trata de esto: ¿Cómo pueden decir algunos que eso de la energía nuclear es un riesgo con el que hay que convivir, o un riesgo necesario? Yo entiendo que no haya más remedio que tragarse la posibilidad de un tsunami o de un terremoto porque éste es el planeta en el que nos ha tocado vivir. ¡Hasta ahí llego! Pero, ¿que tengamos que soportar peligros que hemos creado nosotros mismos porque nos lo digan los enteraos o los políticos? Eso no me entra en la cabeza ni creo que le entre a ningún hijo de madre si se pone la mano en el lao izquierdo del pecho. (Conste que lo digo porque allí es donde está el corazón, ¡eh! No vaya a ser que se crea usted otra cosa).
Lo mejor es que empecemos a enseñarles a los niños lo que es una central nuclear, cómo funciona, qué es lo que pasa cuando deja de funcionar o cuándo se escacharran; lo mismo que en Fukushima o en Chernobyl. Que sepan desde la mismísima guardería que si pasan esas calamidades, peligran hasta las sardinas que se venden desde Santurce a Bilbao… si es que queda alguna. Y, de la misma forma que cuando cogen cositas del suelo y se las llevan a la boca les decimos que eso no se hace porque es caca, cuando alcancen al interruptor eléctrico y se dejen la luz de su habitación encendida, también alcancemos nosotros a decirles y decirnos: ¿Nucleares?, ¡CACA!
-Buenas noches, vecino. Vamos, León.
(*) N. del A.
Ernest Hemingway.
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